Salmo 1
Maravilloso Padre,
No es el miedo, no es el temor, no son sentimientos de angustia los que
me hacen acudir a Ti;
No es la rutina, no es la obligación, no es la necesidad de tranquilizar
mi conciencia lo que me hace acudir a Ti;
Hubo un tiempo cuando el miedo al castigo, el temor de no ofenderte, la
angustia de mi confusión, después la rutina, la obligación o la necesidad de
tranquilizar mi conciencia me hacían buscarte en oración. Y Tú no me
rechazaste.
Pero hoy ya no es esto.
Hoy vengo ante Ti porque cuando veo todo lo que Jesús hizo por mí, no
puedo más que estar consternado, maravillado, agradecido por tu amor eterno,
sorprendente y transformador.
Vengo a Ti porque soy consciente de que sin Ti nada bueno puedo hacer.
Vengo a Ti porque soy consciente de que necesito tener Tu perspectiva
sobre circunstancias y personas en este mundo tan absurdo y oscuro.
Vengo a Ti porque sólo así puedo ser “más yo” que cuando no acudo a Ti.
Vengo a Ti porque Jesús es el Hijo de Dios que se entregó por completo
por nosotros.
Vengo a Ti porque pertenezco a Ti.
Vengo a ti.
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Salmo 2
Bienaventuradas las personas maleables en su trato con sus prójimos y
fieles en sus convicciones.
Bienaventurados aquellos que aceptan ir una segunda milla en su
disposición de servicio.
Bienaventuradas las personas que están dispuestas a cambiar sus
ideas, sus teorías, sus hábitos y sus prácticas cuando perciben que sus
conciencias vibran al toque suave del Espíritu Santo.
Sin lugar a dudas ellas crecerán como una planta que recibe sus medidas
perfectas de oxígeno, agua, nutrientes y sol.
Nada podrá impedir su desarrollo en todos los ámbitos de la vida ni su
crecimiento espiritual.
Ellas buscan soluciones cuando ven problemas, mostrarán compasión cuando
ven sufrimiento, percibirán los problemas como oportunidad para crecer y serán
llamados hijas e hijos del Altísimo.
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Salmo 3
Feliz el que confía en el Señor aun cuando las decisiones que ha tomado
no gustan a todos.
Feliz el que, a pesar de la presión y de las amenazas, se deja guiado por
los principios de Tu reino, oh Dios.
Feliz el que no pierde la esperanza en que algún día Tú obrarás y
desatarás los nudos complicados que el pecado ha generado.
Feliz el que cree en Ti a pesar de las circunstancias y confía en Tu
actuar, Padre.
Feliz el que ve incluso en los que se le oponen hermanas y hermanos,
hijos del mismo Padre celestial.
Feliz el que ante la angustia acude con desesperación a Ti, sin saber lo
que va a ocurrir.
Feliz el que confía en Ti porque siempre, siempre, siempre será amparado
por tu infinita misericordia y será bendecido con respuestas que estimularán
tanto su propio crecimiento espiritual como el de las personas involucradas en
problemas.
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Salmo 4
Oh, Señor, ayúdame a discernir entre el bien y el mal. Dame la
sensibilidad de distinguir entre la cizaña y el trigo. Que no me ciegue la
ingenuidad.
Pero también, Dios mío, no permitas que mis ojos envejezcan de escepticismo.
Aparta de mis labios palabras de cinismo.
Que mi armadura no sea el frío
acero del descreimiento.
Otórgame la sabiduría que me
proteja del engaño.
Hazme misericordioso, pero no cándido; amable, pero no débil.
Y sobretodo, aparta de mí la alegría de ver que los que usan artimañas caen en el foso. Me aterroriza descubrir que mi boca sonríe ante el espectáculo del embustero que come el polvo.
Y sobretodo, aparta de mí la alegría de ver que los que usan artimañas caen en el foso. Me aterroriza descubrir que mi boca sonríe ante el espectáculo del embustero que come el polvo.
Esa mueca sería signo de que yo no te conozco.
Que mis ojos jamás se jacten del mal ajeno.
Que mis ojos jamás se jacten del mal ajeno.
Me horrorizaría descubrir esa mirada en el espejo.
Crea en mí un corazón capaz de enfrentar el desengaño y aún así mantenerse rosado, húmedo y blando. Que se enternezca sin ser frágil. Que mi fortaleza sea mi capacidad de amar, y que mi manera de amar vaya acompañada de dignidad, no de sumisión.
Entre la máscara del cinismo y la vulnerabilidad de la mojigatería debe existir el camino que una mente y corazón. Muéstrame ese camino. Guía mis pasos.
Ayúdame a entender que todos somos cizaña y trigo, y que la única diferencia la pones tú cuando permitimos ser tocados por tu gracia. Que mi alma se conmueva por que esa gracia alcance a los que aún no se acogen a ella.
Crea en mí un corazón capaz de enfrentar el desengaño y aún así mantenerse rosado, húmedo y blando. Que se enternezca sin ser frágil. Que mi fortaleza sea mi capacidad de amar, y que mi manera de amar vaya acompañada de dignidad, no de sumisión.
Entre la máscara del cinismo y la vulnerabilidad de la mojigatería debe existir el camino que una mente y corazón. Muéstrame ese camino. Guía mis pasos.
Ayúdame a entender que todos somos cizaña y trigo, y que la única diferencia la pones tú cuando permitimos ser tocados por tu gracia. Que mi alma se conmueva por que esa gracia alcance a los que aún no se acogen a ella.
Y mientras eso no ocurre, que mi firmeza venga solo de ti y constituya el
punto de equilibrio, no la piedra de tropiezo.
PRÓXIMO TEMA DE SALMOS,
para el
viernes 18 de noviembre,
(a partir de
los Salmos 19 y 119)
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