¿Dónde estás, Jesús, que decimos buscarte?
¿Dónde te escondes, cuando afirmamos haberte hallado?
¿Cómo te llamas, si olvidamos quién eres?
¿Te conocemos, o apenas te percibimos entre otras opciones?
¿En qué momento dejaste de ser nuestra fuente de agua viva y te relativizamos?
Te quedaste en la puerta, cuando tú habías de ser la puerta...
Te dejamos en el camino, cuando tú debías ser el camino...
Y pretendemos hacer que otros te vean cuando nosotros ya no te vemos.
Hemos elegido diluirte entre la oferta del sinsentido de la vida, y nos creemos juiciosos, razonables. Apelamos a nuestro sentido como si tal cosa nos perteneciera. Aún no hemos entendido que mientras hablemos de ti sin haber conocido lo que es respirar sin aire, beber sin agua y comer sin pan, nada de lo que hagamos, digamos, discutamos será auténtico, sino palabras vacías de aquellos que acarician pero no se han atrevido a tocarte por miedo al ridículo, a perder las formas, a ser nosotros mismos: vasijas taradas de barro; y tú, el alfarero al que impedimos que nos transforme, moldee; a quien miramos de lejos, presumimos de ser tus amigos, pero en secreto, como aquellos discípulos ante tu arresto, nos avergonzamos.
Perdona que seamos pusilánimes, cobardes, engreídos, charlatanes que abaratan tu nombre, trafican con tu concepto y olvidamos que eres de carne y hueso, cuyas manos atravesadas deberían recordarnos quiénes somos y cuánto te necesitamos.
Ten paciencia con nosotros, porque aunque nos autoengañemos, lo cierto es que estamos necesitados de ti, pues solo tú tienes palabras de vida. Mira más allá de nuestra ceguera necia y laodicea, y lee atravesado en nuestra pupila fría el grito de auxilio de tus ovejas confundidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario