viernes, 4 de noviembre de 2016

Y VOSOTROS, ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY?


–Y vosotros, ¿quién decís que soy?

Aquella pregunta llegó como un exabrupto, y se quedó suspendida en un silencio esquivo. No podía ser sopesada más de tres segundos, porque la concentración humana fuera de uno mismo es casi una utopía.

­–¿Me preguntas quién eres? Bastante tengo con saber quién soy yo…–pareciera la respuesta muda reflejada en las miradas de los interrogados.

Seres humanos que buscamos nuestra identidad en el reflejo de los otros; que apelamos al aplauso, eternamente enmascarados en el carnaval de la vida. Disfrazados de apariencia, de poses, de palabras, olvidando que los actos hablan más fuerte, que no hay disfraz posible para nosotros.

Mientras, aquel que nos pregunta mantiene abierto su interrogante, a la vez que nos invita:

­–Venid a mí todos los que estéis cansados, y yo os haré descansar.

Descansar… Apenas sabemos bien de qué, pero tenemos gravadas en la piel las cicatrices de una carrera agónica que nos delata; una carrera contrarreloj en un juego de tronos, de escalafones, méritos, títulos, actos de piedad, justificaciones, excusas… ¡Cómo queremos descansar! Abandonarnos en un abrazo sin condiciones, de aquel que sabe quiénes somos mejor que nosotros mismos. De aquel que ha formulado la pregunta correcta –¿Y vosotros quién decís que soy? –, porque la respuesta nos llevará a conocernos, a reconciliarnos con nuestro verdadero yo, sin necesidad de ser reconocidos, de ser llamados por otros nombres que no nos pertenecen. Porque es en aquel que nos pregunta donde escucharemos nuestro verdadero nombre, pronunciado por primera vez, cuyo sonido nos devolverá la vida, nos dará la vida, y nos hará descansar.

Mientras seguimos buscando la respuesta en lugares equivocados sin haber entendido su enunciado, sin haber aceptado el desafío, la pregunta de aquel Maestro se mantiene en sus labios, aquellos que exhalaron nuestros nombres clavado en una cruz, con la esperanza de que escuchemos su susurro y como ovejas perdidas en la noche reconozcamos la voz del pastor.

“A los que triunfen sobre las dificultades y sigan confiando en mí, les daré a comer del maná escondido y les entregaré una piedra blanca. Sobre esa piedra está escrito un nuevo nombre, que nadie conoce. Solamente lo conocerán los que reciban la piedra” (Apocalipsis 2:17).

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