martes, 31 de enero de 2017

EL LIBRO DEL ESPÍRITU SANTO





El Libro de los Hechos es el libro del Espíritu Santo, pues en él se mueve con un protagonismo sin precedentes. El Espíritu Santo aconseja, decide, amonesta, corrige, es consultado, propicia encuentros, milagros, sanaciones. Los discípulos serán vehículos para que la obra del Espíritu Santo, que es dar testimonio de Jesucristo, se realice tanto para judíos como para gentiles conversos y paganos.

Así, en el libro de los Hechos nace el concepto de Evangelismo, la misión de la iglesia de transmitir el mensaje de salvación para la humanidad. En dicha misión destacan apóstoles como Pedro, Felipe, Santiago y Pablo; cobrando el último un protagonismo especial a partir de la segunda parte.

Como una novela de aventuras, de intrigas políticas, de viajes y de naufragios, Lucas nos va narrando las peripecias de Pablo, personaje sagaz, observador, paradigma de integración social y cultural; un hombre capaz de adaptarse a la idiosincrasia de sus distintos oyentes y regiones que visita. Pablo, el judío, el ciudadano romano, el que simpatiza con el dios desconocido de los intelectuales atenienses; el que dialoga con Félix, Festo y Agripa y “casi los convence”; el que establece grupos celulares en casas y planta iglesias. Pablo, amado y odiado por igual, a quien los judíos de Jerusalén consideran enemigo público número uno porque hace tambalear las bases del judaísmo centrado en el Templo. Pero Pablo, que dice no renegar de sus raíces, demuestra de manera intertextual cómo Jesús es el cumplimiento de la fe judía. Pablo, el apóstol que después de Pedro entiende, mejor que aquel, que el evangelio ha de ser predicado en todos los contornos, en la sinagoga, al lado de un río, en el templo, en casas griegas, en todo lugar donde se preste.

El capítulo 15 del Libro de los Hechos constituye un momento de inflexión a raíz del Concilio de Jerusalén. Allí queda patente el concepto de salvación a todas las naciones, libre del etnocentrismo judío, del yugo del antiguo pacto mal entendido; y se hace una relectura de la esencia del mismo, en el que prevalecen los principios de salud establecidos por Moisés.

El narrador de los Hechos se detiene en detalles que llaman nuestra atención, como el episodio de Ananías y Safira; o el del joven Eutico que cae desde la ventana. No nos da explicaciones, solo nos ofrece los hechos. Y a partir del capítulo 20, estos son narrados en primera persona del plural, como si Lucas hubiera sido compañero de viaje de Pablo —como tantos otros—hacia Jerusalén y luego hacia Roma.

Un narrador detallista también en los discursos, no sólo en los de Pablo, sino también en los de Pedro y Esteban. Un narrador con una conciencia narrativa que lo acerca a nuestra narrativa contemporánea. Y que presenta un final abierto, casi un happy end, en el que tenemos a un Pablo instalado en Roma, que recibe visitas de creyentes y no creyentes ávidos de conocer sus palabras. El libro de los Hechos no nos ofrece el final de Pablo, su ejecución a manos de Nerón, sino que nos ubica en un espacio que posibilitará la creación de las epístolas paulinas. Podemos imaginarnos allí, en el centro del mundo, al apóstol dictando sus cartas a un escribiente dirigidas a sus queridas iglesias.

En definitiva, un libro lleno de detalles, que conviene volver a leer y releer, dejándose asombrar por su narración viva y por el protagonismo constante del Espíritu que llenó de convicción apasionada la vida de aquellos primeros cristianos, instándoles a comunicar un mensaje más grande que ellos mismos, más allá de la mera emoción, por el imperativo divino de proclamar la salvación para toda la humanidad en Cristo Jesús.






PRÓXIMO REUNIÓN, domingo 19 de febrero,
en Carrer Urgell 133, a las 17 h.,
EPÍSTOLA A LOS ROMANOS


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el Libro de los Hechos de los Apóstoles, que tuvo lugar el 7 de enero, clica aquí.


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