El
Libro de los Hechos es el libro del Espíritu Santo, pues en él se mueve con un
protagonismo sin precedentes. El Espíritu Santo aconseja, decide, amonesta,
corrige, es consultado, propicia encuentros, milagros, sanaciones. Los
discípulos serán vehículos para que la obra del Espíritu Santo, que es dar
testimonio de Jesucristo, se realice tanto para judíos como para gentiles
conversos y paganos.
Así,
en el libro de los Hechos nace el concepto de Evangelismo, la misión de la iglesia
de transmitir el mensaje de salvación para la humanidad. En dicha misión
destacan apóstoles como Pedro, Felipe, Santiago y Pablo; cobrando el último un
protagonismo especial a partir de la segunda parte.
Como
una novela de aventuras, de intrigas políticas, de viajes y de naufragios,
Lucas nos va narrando las peripecias de Pablo, personaje sagaz, observador,
paradigma de integración social y cultural; un hombre capaz de adaptarse a la
idiosincrasia de sus distintos oyentes y regiones que visita. Pablo, el judío,
el ciudadano romano, el que simpatiza con el dios desconocido de los
intelectuales atenienses; el que dialoga con Félix, Festo y Agripa y “casi los
convence”; el que establece grupos celulares en casas y planta iglesias. Pablo,
amado y odiado por igual, a quien los judíos de Jerusalén consideran enemigo público
número uno porque hace tambalear las bases del judaísmo centrado en el Templo.
Pero Pablo, que dice no renegar de sus raíces, demuestra de manera intertextual
cómo Jesús es el cumplimiento de la fe judía. Pablo, el apóstol que después de
Pedro entiende, mejor que aquel, que el evangelio ha de ser predicado en todos
los contornos, en la sinagoga, al lado de un río, en el templo, en casas
griegas, en todo lugar donde se preste.
El
capítulo 15 del Libro de los Hechos constituye un momento de inflexión a raíz del
Concilio de Jerusalén. Allí queda patente el concepto de salvación a todas las
naciones, libre del etnocentrismo judío, del yugo del antiguo pacto mal
entendido; y se hace una relectura de la esencia del mismo, en el que
prevalecen los principios de salud establecidos por Moisés.
El
narrador de los Hechos se detiene en detalles que llaman nuestra atención, como
el episodio de Ananías y Safira; o el del joven Eutico que cae desde la
ventana. No nos da explicaciones, solo nos ofrece los hechos. Y a partir del
capítulo 20, estos son narrados en primera persona del plural, como si Lucas
hubiera sido compañero de viaje de Pablo —como tantos otros—hacia Jerusalén y
luego hacia Roma.
Un
narrador detallista también en los discursos, no sólo en los de Pablo, sino
también en los de Pedro y Esteban. Un narrador con una conciencia narrativa que
lo acerca a nuestra narrativa contemporánea. Y que presenta un final abierto,
casi un happy end, en el que tenemos
a un Pablo instalado en Roma, que recibe visitas de creyentes y no creyentes
ávidos de conocer sus palabras. El libro de los Hechos no nos ofrece el final
de Pablo, su ejecución a manos de Nerón, sino que nos ubica en un espacio que
posibilitará la creación de las epístolas paulinas. Podemos imaginarnos allí,
en el centro del mundo, al apóstol dictando sus cartas a un escribiente dirigidas
a sus queridas iglesias.
En
definitiva, un libro lleno de detalles, que conviene volver a leer y releer,
dejándose asombrar por su narración viva y por el protagonismo constante del
Espíritu que llenó de convicción apasionada la vida de aquellos primeros
cristianos, instándoles a comunicar un mensaje más grande que ellos mismos, más
allá de la mera emoción, por el imperativo divino de proclamar la salvación
para toda la humanidad en Cristo Jesús.
PRÓXIMO REUNIÓN, domingo 19 de
febrero,
en Carrer Urgell 133, a las 17 h.,
EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
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expositiva Herramientas de lectura sobre
el Libro de los Hechos de los
Apóstoles, que tuvo lugar el 7 de enero, clica aquí.
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